por Jaime Campusano (1)
Académico
Académico
Geolecto es toda palabra que brota del territorio e impregna a sus habitantes dándoles un glosario específico de términos que son exclusivos de su geografía natal, es decir: todas esas expresiones y giros que se dan en el entorno telúrico, social y cultural.
Iquique, tiene mucho que aportar en esta materia respecto a la forma distintiva de aproximarse a lo que actualmente todos equilibramos con la elegante, menos ofensiva y hasta cariñosa voz: gay. Nuestros abuelos, en época de esplendor salitrero, hablaban de los “manfroditas” cada vez que se referían a los afeminados de los burdeles; seguramente dicho término se gestó en la repetición incomprensible de hermafrodita que algún retórico culto echó a rodar por la pampa, pero de boca en boca, la unión de Hermes y Afrodita se alejó del mito griego y como chilenismo tal palabra fue además sinónimo de “esa clase de bichos raros” a los que se podía golpear, con legítimo e intrínseco “derecho”, sólo por el hecho de ser una “mezcolanza” y no hombres enteros. “El campanillero” vino a dignificar en parte el trato indigno, pues tenía por oficio ser el “maricón de la puerta”, el que anunciaba con manifiesto bullicio la llegada al burdel de la clientela que con los años y ya abajo en el puerto, manifestaba cierta simpatía por el “hombrecillo adamado” que además cantaba, bailaba y solía vestir de bataclana sólo para el número de vaudeville, dándose así los primeros pasos al travestismo.
Por los años cuarenta se masificó llamarle “nuco” y hasta “maricón nuco” tanto al homosexual como a quien cometía actos impropios de un amigo fiel, abriéndose para siempre la posibilidad lingüística que también fuera maricón el traidor, el mentiroso, el canalla o todo el que cometiera algún acto ligado a la deslealtad. Como antes con hermafrodita, también se dio con “nuco” una deformación idiomática, pero no una especie de parónimo como en el caso anterior, si no un metaplasmo de supresión inicial que quitó a eunuco su primera sílaba; obvio, era mucha cultura como para arrastrar con tantas letras sin sospechar siquiera que la etimología del “nuco” estaba entre lejanos e inofensivos castrados cuidadores de hembras de un imaginario y sicalíptico harem.
A mediado de los cincuenta, el cantante argentino Mario Clavell lanzó un salvavidas al hombre homosexual de las clases media y alta a través de su bayón titulado “Carlos María” donde el chansonier de América empatizaba con un afectado muchacho cuyo nombre dio un apelativo nuevo (Carlos María), pero esta vez exclusivo para los “pitucos” invertidos; este último término, propio de la gente que apelaba a un “detalle” freudiano para dar a entender que se trataba de gente con su sexualidad al revés. Es sólo una parte del texto original.
Iquique, tiene mucho que aportar en esta materia respecto a la forma distintiva de aproximarse a lo que actualmente todos equilibramos con la elegante, menos ofensiva y hasta cariñosa voz: gay. Nuestros abuelos, en época de esplendor salitrero, hablaban de los “manfroditas” cada vez que se referían a los afeminados de los burdeles; seguramente dicho término se gestó en la repetición incomprensible de hermafrodita que algún retórico culto echó a rodar por la pampa, pero de boca en boca, la unión de Hermes y Afrodita se alejó del mito griego y como chilenismo tal palabra fue además sinónimo de “esa clase de bichos raros” a los que se podía golpear, con legítimo e intrínseco “derecho”, sólo por el hecho de ser una “mezcolanza” y no hombres enteros. “El campanillero” vino a dignificar en parte el trato indigno, pues tenía por oficio ser el “maricón de la puerta”, el que anunciaba con manifiesto bullicio la llegada al burdel de la clientela que con los años y ya abajo en el puerto, manifestaba cierta simpatía por el “hombrecillo adamado” que además cantaba, bailaba y solía vestir de bataclana sólo para el número de vaudeville, dándose así los primeros pasos al travestismo.
Por los años cuarenta se masificó llamarle “nuco” y hasta “maricón nuco” tanto al homosexual como a quien cometía actos impropios de un amigo fiel, abriéndose para siempre la posibilidad lingüística que también fuera maricón el traidor, el mentiroso, el canalla o todo el que cometiera algún acto ligado a la deslealtad. Como antes con hermafrodita, también se dio con “nuco” una deformación idiomática, pero no una especie de parónimo como en el caso anterior, si no un metaplasmo de supresión inicial que quitó a eunuco su primera sílaba; obvio, era mucha cultura como para arrastrar con tantas letras sin sospechar siquiera que la etimología del “nuco” estaba entre lejanos e inofensivos castrados cuidadores de hembras de un imaginario y sicalíptico harem.
A mediado de los cincuenta, el cantante argentino Mario Clavell lanzó un salvavidas al hombre homosexual de las clases media y alta a través de su bayón titulado “Carlos María” donde el chansonier de América empatizaba con un afectado muchacho cuyo nombre dio un apelativo nuevo (Carlos María), pero esta vez exclusivo para los “pitucos” invertidos; este último término, propio de la gente que apelaba a un “detalle” freudiano para dar a entender que se trataba de gente con su sexualidad al revés. Es sólo una parte del texto original.
(1) Jaime Campusano T. , es profesor y comunicador social, iquiqueño de nacimiento. Se ha especializado en nuestro idioma y su uso. Tiene varios libros publicados, programas radiales y de televisión.