por Guillermo Ward G.
Una constante en la historia de la humanidad ha sido vestirse con ropas del otro sexo, habiendo distintas razones para anclarse con fuerza en el seno de la cultura occidental, tenemos el caso de la Monja Alférez Catalina de Erauso (1592-1650) o de Charles Geneviève Louis Auguste André Timothé Éon de Beaumont conocido como Chevalier d´Eon (1728-1810) que parte de sus vidas la vivieron travestidos para engañar a sus adversarios o ser espías en busca de la justicia. En nuestra realidad contemporánea las decisiones para vestirse de mujer o de hombre de manera distinta a lo que corresponde a la identidad social y cultural son más complejas, van desde transgredir la imposición social de género al más intimo placer, hasta el recurso laboral de una profesión de actor o cómico.
El travestismo es un sustantivo usado para referirse a personas de sexo masculino o femenino (en el menor de los casos) que ocasionalmente adoptan los modismos culturales como maquillaje, vestimenta, gestos, forma de hablar que convencionalmente se le asignan al sexo contrario, relacionándose esta conducta si o no con la identidad sexual, siendo así su permanencia o transito en lo artístico o en lo patológico, según sea el caso definido por la cultura imperante.
Distintas culturas han incorporado esta práctica como una expresión artística, en el teatro de la antigua Grecia, renacentista, kabuki japonés (onnagatas) o la ópera tradicional China donde los actores masculinos representaban roles femeninos. Situación que cotidianamente en la actualidad vemos en el cine con el uso de recursos tecnológicos las metamorfosis son sorprendentes, donde los actores por requerimientos del guión se deben “envestir” de un rol, para volver a “nacer” como mujer, travesti, transexual o transformista.
Encarnar el rol de otro sexo en el campo de la representación teatral con códigos muy distintos al cine, sin caer en amaneramientos burdos es considerado un trabajo difícil y complejo en la actuación. La construcción del personaje recurrirá de elementos externos (vestuario, pelucas, etc.) e internos (actitud, emociones) para hacer creíble el papel. Si el personaje está bien construido el público apreciará a un actor embebido en el rol o simplemente una caricatura, como ocurre generalmente en programas televisivos. A veces se potencia el personaje cuando el actor es gay complementando su expresión; o haciéndolo banal para mantener oculta su homosexualidad.
El trabajo que se presenta en este libro se desliga del mundo del teatro y de actores, trata del transformarse sin requerimientos del guión o de un director, se sitúa en el mundo “under”, de los transformistas de las discos y bares alternativos de la ciudad de Iquique, Chile; con historia y presencia por décadas ocultos en las casas de putas, donde el mariconcito hacía fonomimia de una cantante vestido de mujer, remontándonos a esos bares europeos del año veinte imitando a la Dietrich, hoy es a Madonna.
El transformismo es una habilidad que no poseen todos quienes se dedican al espectáculo nocturno, es un arte que necesita de los trucos de mago para esconder o hacer aparecer, ya no palomas, ni naipes sino fisonomías y anatomías en lugares inexistentes per natura. El transformista conoce muy bien su cuerpo, dedica tiempo al espejo, sabe donde llenar con esponjas, donde hundir o aplanar con huincha scotch, cuantas pantys necesita para esconder los vellos de las piernas, como respingar la nariz, la textura del jabón humedecido para desaparecer las cejas o usar el stick fick, y sabe como “hacerse el truco” para no dañarse los genitales o evitar el bochorno en el escenario. Es el ritual de un mago pero con el poder de Dios para autocrearse cada fin de semana, naciendo ellas, bellas unas otras “de miedo”, que caminarán, hablarán, se vestirán y evidentemente no se llamarán como ellas.
Pareciera que para ponerse un nombre propio hay razones más profundas en el hecho de transformarse, de dejar de ser para ser desde mi propia voluntad. Hay un nuevo bautizo de la imagen que aflora con las luces, donde todos los gatos son negros, una identidad que se enfrenta a sus orígenes pampinos, aymaras, mapuches, chilenos, por que nadie en el mundo del transformismo se llamará María Pérez, Juana González, ni usará apellidos Mamani, Huitrilao, Millán, Caucoto o Condori.
En los dos años que he sido observador in situ para llevar a cabo este proyecto, me he dado cuenta que para los transformistas el autocrearse y las neo identidades son un arduo trabajo, tienen que saber y conocer a los artistas, cantantes, actrices, su historia, deben admirarlos para imitarlos, ojala a la perfección. Así luego de buscar y dialogar consigo mismo les nacerá esa mujer inalcanzable, de nombre y apellido rebuscado, el que mejor les acomoda, un seudo alter ego de fantasía con mucha verdad, que les sirve de apoyo y les da seguridad. Esta es sólo la 1º parte del artículo, completo se encuentra en el libro.
El travestismo es un sustantivo usado para referirse a personas de sexo masculino o femenino (en el menor de los casos) que ocasionalmente adoptan los modismos culturales como maquillaje, vestimenta, gestos, forma de hablar que convencionalmente se le asignan al sexo contrario, relacionándose esta conducta si o no con la identidad sexual, siendo así su permanencia o transito en lo artístico o en lo patológico, según sea el caso definido por la cultura imperante.
Distintas culturas han incorporado esta práctica como una expresión artística, en el teatro de la antigua Grecia, renacentista, kabuki japonés (onnagatas) o la ópera tradicional China donde los actores masculinos representaban roles femeninos. Situación que cotidianamente en la actualidad vemos en el cine con el uso de recursos tecnológicos las metamorfosis son sorprendentes, donde los actores por requerimientos del guión se deben “envestir” de un rol, para volver a “nacer” como mujer, travesti, transexual o transformista.
Encarnar el rol de otro sexo en el campo de la representación teatral con códigos muy distintos al cine, sin caer en amaneramientos burdos es considerado un trabajo difícil y complejo en la actuación. La construcción del personaje recurrirá de elementos externos (vestuario, pelucas, etc.) e internos (actitud, emociones) para hacer creíble el papel. Si el personaje está bien construido el público apreciará a un actor embebido en el rol o simplemente una caricatura, como ocurre generalmente en programas televisivos. A veces se potencia el personaje cuando el actor es gay complementando su expresión; o haciéndolo banal para mantener oculta su homosexualidad.
El trabajo que se presenta en este libro se desliga del mundo del teatro y de actores, trata del transformarse sin requerimientos del guión o de un director, se sitúa en el mundo “under”, de los transformistas de las discos y bares alternativos de la ciudad de Iquique, Chile; con historia y presencia por décadas ocultos en las casas de putas, donde el mariconcito hacía fonomimia de una cantante vestido de mujer, remontándonos a esos bares europeos del año veinte imitando a la Dietrich, hoy es a Madonna.
El transformismo es una habilidad que no poseen todos quienes se dedican al espectáculo nocturno, es un arte que necesita de los trucos de mago para esconder o hacer aparecer, ya no palomas, ni naipes sino fisonomías y anatomías en lugares inexistentes per natura. El transformista conoce muy bien su cuerpo, dedica tiempo al espejo, sabe donde llenar con esponjas, donde hundir o aplanar con huincha scotch, cuantas pantys necesita para esconder los vellos de las piernas, como respingar la nariz, la textura del jabón humedecido para desaparecer las cejas o usar el stick fick, y sabe como “hacerse el truco” para no dañarse los genitales o evitar el bochorno en el escenario. Es el ritual de un mago pero con el poder de Dios para autocrearse cada fin de semana, naciendo ellas, bellas unas otras “de miedo”, que caminarán, hablarán, se vestirán y evidentemente no se llamarán como ellas.
Pareciera que para ponerse un nombre propio hay razones más profundas en el hecho de transformarse, de dejar de ser para ser desde mi propia voluntad. Hay un nuevo bautizo de la imagen que aflora con las luces, donde todos los gatos son negros, una identidad que se enfrenta a sus orígenes pampinos, aymaras, mapuches, chilenos, por que nadie en el mundo del transformismo se llamará María Pérez, Juana González, ni usará apellidos Mamani, Huitrilao, Millán, Caucoto o Condori.
En los dos años que he sido observador in situ para llevar a cabo este proyecto, me he dado cuenta que para los transformistas el autocrearse y las neo identidades son un arduo trabajo, tienen que saber y conocer a los artistas, cantantes, actrices, su historia, deben admirarlos para imitarlos, ojala a la perfección. Así luego de buscar y dialogar consigo mismo les nacerá esa mujer inalcanzable, de nombre y apellido rebuscado, el que mejor les acomoda, un seudo alter ego de fantasía con mucha verdad, que les sirve de apoyo y les da seguridad. Esta es sólo la 1º parte del artículo, completo se encuentra en el libro.